sábado, 10 de noviembre de 2012

Un editorial que vale 236

Tapa del número 236 de Axxón
Después de un tiempito volvimos a agregar, en el número de Axxón de este mes, unas líneas como mensaje editorial.
Poner palabras bajo mi firma (lo que hace que, según el diccionario de la RAE, no sea un editorial) es algo que me gusta, y con lo que me siento cómodo dentro de un ámbito como Axxón, que es mi casa. Muchas veces uno tiene la necesidad de dialogar con los lectores, presentando sensaciones e inquietudes que muy posiblemente sean compartidas, en especial esa sensación de maravilla que a muchos de nosotros nos marcó en la infancia y nunca nos abandonó.
No obstante, creo que ese espacio, dentro de Axxón, tiene dueño: se llama Eduardo Carletti. Siendo hombre generoso, él no tiene problema en que le ocupemos la casa, y yo agradecido.
Y parece que agradecidos están también los lectores, hecho reflejado al pie del mismo artículo o en mensajes privados que fui recibiendo durante la semana, al igual que el deseo de que los editoriales se mantengan. Por mi parte, siempre que tenga cosas para decir, ahí estará el editorial. Siempre que no lo quiera escribir Edu, claro. O Silvia Angiola, que siempre le escapa, que intenta mantenerse un paso en la sombra, pero que siempre está y es muy bueno, haciendo un trabajo FENOMENAL. Silvia, te aviso que no voy a dejar que siempre te escondas.
Hay muchas cosas que entre los tres les queremos contar, y parece que me toca a mí hacer de vocero. Pero más allá del toque personal que uno siempre le da a lo que escribe, apenas soy algo más que un mensajero, porque sin Edu, Silvia y el resto del silencioso grupo editorial, nada de lo que yo agregue o diga tendrá sentido.
Así que estén atentos, acérquense a Axxón y espíen. Y de paso aprovechen y lean los muy buenos cuentos que alumbrarán sus monitores, sus tabletas o cualquier otro dispositivo que se digne a contener, al menos por un rato, los exquisitos contenidos que les proponemos desde 1989.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Déjà vu

Anoche, y gracias a la invitación de Rox, una compañera de taller "literario" (lo marco así porque generalmente lo que se hace es discutir sobre ideas, no sólo procesar textos), disfrutamos de una muy rica cena a la parrilla, al aire libre y con muy buena música de fondo.
Me recordó enormemente aquellas tertulias de los viernes, durante mucho tiempo realizadas en la casa de mi amigo Aníbal, en otra época y con un grupo de personas casi completamente distinto. Textos, discusión de ideas, buena cena y música. De aquel grupo me quedan amigos de esos invalorables, sin igual. A algunos de ellos ya no puedo verlos tan seguido como quisiera, y los extraño.

Tengo la sensación, entonces, de repetir el rito, pues pasa exactamente lo mismo. Posiblemente sea mi predisposición. Posiblemente sea la magia del género fantástico: con pensamientos a veces muy disímiles, casi cualquier idea sirve de disparador para enroscarnos en discusiones que por lo general nos enriquecen, pues cotejamos, extrapolamos, contestamos y refutamos, dejando en nuestras mentes recuerdos, sabores, conceptos que tarde o temprano se transforman en textos o (en mi caso, tal vez) en imágenes.

Debo a esta gente (a los de antes, a los de ahora) mucho de lo que soy. Al menos esta parte de mí, que se emperrar en el intento de transformar ideas en algo que puede acercarse a lo artístico.