sábado, 11 de septiembre de 2010

Pamplona en San José 05

Hace un tiempito les comenté que el (para nosotros) mítico bar de San José 05 (San José y Rivadavia, de esta Ciudad Autónoma de Buenos Aires) estaba cerrado y en obras.
Nuevamente hoy (y por la misma causa: acompañar a mi hijo a comprar cosas para su clarinete) volví a pasar por la esquina y me encontré con la buena nueva de que ya funciona allí un nuevo local de comidas (llamado "Pamplona"; mi gran sagacidad me dice, no sé por qué, que seguramente harán allí comidas españolas). El interior ha sido remozado por completo (no tuve oportunidad de entrar, pero prometo fotos de su nuevo interior en un futuro próximo), y al cambiar de lugar el mostrador y el acceso a la cocina ahora es más ancho y menos largo. La verdad es que se lo ve bonito.
Insisto en que deberíamos, alguna vez, hacer algo y poner allí una placa en recuerdo del CACyF y todo lo que hemos pensado y vivido allí dentro.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Lo primero es la familia

Hagamos un pequeño ejercicio.
Imaginemos, aunque sea por un rato, que en vez de dos sexos existe uno solo, pero con dos estados: uno receptor, vaginal y preñable, y otro dador. fálico e inseminante. El sexo de los individuos de esta especie cambia cuando durante el coito el falo se desprende del organismo portador para prenderse en el otro. No es algo que se me haya ocurrido a mí, sino al escritor australiano Greg Egan, y pueden leer las implicancias de la existencia de este puente en su novela corta Oceánico. Entonces, ser madre o padre biológico pasa a ser algo circunstancial, pues en un matrimonio con dos niños probablemente cada uno habrá sido madre de uno y padre del otro. ¿Hace eso alguna diferencia? ¿Qué diferencia al padre de la madre, entonces, si ambos pueden cumplir biológicamente los dos roles?
Hay otros ejemplos de sexualidades diferentes que me vienen vagamente a la memoria, pero no quiero desviarme de la idea inicial porque ésta me sirve para hablar (por fin) de algo que hace poco tiempo estuvo, como se dice ahora, instalado en los medios.
Sí, por supuesto: hablo de la discusión sobre si debe o no existir el matrimonio para parejas del mismo sexo.
Después de mucho leer y pensar, una vez que la ley está en marcha, a pesar de los berrinches de algunos grupos, incluso funcionarios que deberían hacer buen uso de su empleo y no esquivar el bulto (¿cómo que no van a casar porque la ley no les cae simpática?) quisiera remarcar algunas cosas que pienso y no quiero que se evaporen de mi mente para siempre sin expresarlas.
Yo creo que nos equivocamos de cabo a rabo cuando decimos que es lo mismo un matrimonio con miembros de ambos sexos que otro con ambos miembros de un mismo sexo. Ojo, distinto no quiero decir ni mejor ni peor, una puerta no es una ventana, por más que quiera, pero eso no está mal. De hecho, creo que hay que tener mucho huevo para casarse tal como se supone que no indica la naturaleza. Que un nene y una nena se casen entra en lo convencional, si jugamos a ello desde chiquitos, y muchas parejas fallan por encarar esta etapa de sus vidas sin la madurez, el compromiso y/o el amor necesarios. Y sobre esto último, he leido cosas que a esta altura considero almenos anticuadas, como que la mujer debe permanecer en la casa criando a los hijos y cuidando a los enfermos porque vive para alguien mientras el hombre debe crear e investigar, trae la comida a la casa pues vive para algo. Curioso, porque quien lo dice es una mujer que tuvo la oportunidad de estudiar y ser profesional.
Lo cierto, para mí, es que en la actualidad la familia clásica ya es una especie de dinosaurio famélico. Las familias se transforman, y si bien una gran mayoría mantiene la vieja costumbre de que exista una mamá junto a un papá. existe otra parte que desea dos mamán o dos papás... y seguramente puede haber otras configuraciones, con más variación de género y de número.
La familia es el núcleo de nuestra sociedad: en ella nacen y crecen nuestros hijos, se desarrollan y adquieren pautas de comunicación y de intercambio, marcan territorio y dan y reciben afecto.
Pero no siempre. Muchos matrimonios fracasan, fallan (a veces por cumplir con el mandato natural) y las culpas las terminan pagando los hijos. Otros matrimonios fallan pero no por las desaveniencias entre los miembros de la pareja, sino por factores externos, como el económico y laboral. Como padre, paso muchísimas horas por semana fuera de mi hogar, y el hueco que crea eso entre mis hijos y yo no hay qué lo llene. ¿Es por falta de amor? No, al contrario.
Creo que el tema está lejos de agotarse con esta ley de matrimonios y en especial (y como muchos remarcaron) avanzar con una ley de adopción que sea seria y elimine todos los obstáculos que hoy permiten un gran negocio en perjuicio de esos menores que se dice defender. Pienso que debemos seguir imaginando alternativas que satisfagan mejor la estructura base de nuestra sociedad y en especial proteja y potencie a sus menores.
Porque nos guste o no, lo primero es la familia.